Desde el principio nos separaron. Nosotros fuimos obligados a entrar y
caminar por un oscuro túnel hasta llegar a una especie de sala cual despacho de
un oficial sanguinario de las SS se tratara. No había nadie. Al pobre niño le
habían vendado los ojos, amordazado y hasta encadenado al banco donde le
obligaron a sentarse. Llevábamos allí media hora intentando adivinar cómo
llegar hasta él cuando, de repente, suena un teléfono antiguo de rueda de
encima de la mesa del oficial. En seguida descolgamos el teléfono y no, no era él.
Cuando cayó del techo una cajita pequeña de cartón piedra con un cartel que
decía "Do Not Open" y, automáticamente, se abrió la puerta del túnel
que nos había llevado hasta allí. No sabíamos qué hacer. Nos tentaba abrir la
caja . Pero el niño seguía solo y... ¡encadenado!. Entonces, volviendo por el
túnel tropezamos con un llavero con tres llaves que finalmente usamos para
desencadenar a Sergio. Lo pasó tan mal que juró nunca más volver a pisar una escape room.
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